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miércoles, 26 de octubre de 2011

Moral positiva y moral racional.

Decíamos que somos libres cuando nuestros actos no dependen de nada,cuando se limitan a ser un mero efecto de nuestro libre albedrío.

La tradición o la costumbre no pueden condicionarnos a la hora de actuar, por eso podemos decir que la moral nos habla con la voz de la conciencia

¿No puede ocurrir que al escuchar la voz de nuestra conciencia estemos en realidad escuchando,precisamente,la voz de nuestros más arraigados prejuicios culturales? Cuando un integrista árabe apedrea a una adúltera,¿No cree estar haciendo lo correcto?¿Obedeciendo a la voz más íntima de su conciencia?
Es en ocasiones dificil distinguir la voz de la moral racional de la voz de la moral positivaEn efecto, la propia conciencia moral puede estar tan intoxicada por prejuicios ancestrales que llegue a confundir ambas voces. Sin embargo, no es imposible depurar la conciencia moral a ese respecto.

Y en efecto,una vez depurada de todo griterío,el único mandato que le queda a la conciencia es : el imperativo categórico.

Dignidad y reputación

Cuando creemos que estamos obedeciendo a la voz de la moral,¿no estaremos obedeciendo a todo un entramado de prejuicios,de mitos,de valores propios de nuestra cultura? En definitiva,¿No es la voz de la moral, precisamente, un producto cultural como cualquier otro?¿No es cierto que  hay integristas islámiscos que consideran una obligación moral apedrear a las mujeres adúlteras?¿No es cierto que en Somalia se practica habitualmente la ablasión femenina?¿No es cierto que en España,hace no tanto tiempo,se marginaba a las mujeres que perdían su virginidad antes del matrimonio y que se consideraba que los homosexuales vivían en pecado mortal?

A veces se confunde la dignidad con el honor , la reputación, la aceptación social, el no salirse de la norma. Cuando un ser humano se ve en la situación de optar entre esos perjuicios o su dignidad,sabe muy bien lo que tiene que hacer, es como si todos llevásemos una brújula moral que nos señala con insistencia hacia el exterior de la caverna. Como si todos supiésemos que tenemos la obligación de pener nuestra libertad por encima de prejuicios,costumbres y tradiciones.

Sin embargo,hay mucha gente que seguirá optando por sus prejuicios(muertos de vergüenza), y si los prejuicios son tan poderosos, que ya no tienen ni vergüenza siempre será posible ponerles en una situación que comprendan lo indigna que es la vida que llevan. Un ejemplo famoso es cuando Jesús se acerca a una multitud que está a punto de lapidar a una adúltera y dice : "Quién esté libre de pecado que tire la primera piedra". La gente se sintió avergonzada por lo que estaba a punto de hacer,se dio la vuelta y se marchó. Sin embargo unos momentos antes todos estaban completamente seguros de que lo que iban a hacer era lo correcto.

Jesús se limitó a interpelar a las conciencias de sus conciudadanos si quieren respetar lo que pretenden respetar, independientemente de su religión,de su Dios. Desnuda y sinceramente, si tienen o no derecho a apedrerar a una mujer adúltera.

Hasta hace no tanto tiempo,en España,cuando una muchacha perdía la "honra" antes del matrimonio, era maltratada y marginada cruelmente. El patriarcado y el machismo eran lo que estaba bien y no cuidar de la virginidad lo que estaba mal.

La dignidad y el respeto.

El filósofo Kant, nos ponía el siguiente ejemplo:

Un principe poderoso quiere provocar la ruina de un hombre honrado al que desea hundir por cualquier motivo caprichoso,este príncipe,para lograr su objetivo, exige a uno de sus súbditos que levante falso testimonio contra él.
El príncipe promete premiar con mucha generosidad el falso testimonio del súbdito,aunque también castigar con la máxima dureza su negativa a colaborar. Es muy dificil saber que haría realmente cada uno, pero sí podemos : saber que es posible no colaborar con esa vileza porque sabemos que no debemos hacerlo. Nadie nos puede arrebatar la opción de conservar la dignidad.
El mandato de conservar la dignidad es incompatible con plantearse cambiar de opinión por dinero.

Si lo que se discute ya es el precio, el tema de esa discusión ya no es la dignidad. Cualquier operación encaminada a calcular si compensa o no levantar falso testimonio es ya por si misma incompatible con la cuestión de la dignidad.

                                         El mandato de conservar la dignidad es incompatible con la pregunta:
                                         "¿Cómo de generosa sería la recompensa?".


"Ante un gran señor me inclino;pero mi alma permanece en pie.En cambio,ante un hombre corriente y de baja condición,en el cual percibo una rectitud de carácter mayor a la mía,inclinaré mi alma, quiera yo o no,aunque llevase la cabeza alta para no dejarle olvidar la superioridad de mi rango"
                                                                                              Immanuel Kant.

Si hablamos de la conveniencia,no hablamos de la dignidad ya que la voz de la dignidad no te ofrece nada a cambio. La voz de la libertad no nos engaña a ese respecto.Cuando grita "!Conserva tú dignidad¡" sabemos que no ofrece nada a cambio, más que la promesa de que quien lo haga...conservará su dignidad.

Quien se esfuerza por conservar su dignidad sabe que solo tiene algo que ganar: el poder seguir respetándose a sí mismo.
 Durante las últimas decadas,muchos tiranos(Chile,Uruguay,Argentina) han exigido falso testimonio so pena de las peores torturasa quienes no colaboraban...Y milagrosamente,ha habido quien ha logrado de otdas formas no levantar falso testimonio.Esto es, sin duda, un milagro que no es obra de ningún dios, sino de algunos hombres y mujeres.

¿Y qué se gana cuando se conserva la dignidad? Seguir respetándose a sí mismo.

martes, 25 de octubre de 2011

La Moral.

"Quizá creeis,atenienses, que yo he sido condenado por faltarme las palabras adecuadas para heberos convencido, si yo hubiera creido que era preciso hacer y decir todo, con tal de evitar la condena.Está muy lejos de ser así. Pues bien,he sido condenado por falta no ciertamente de palabras,sino de osadia y desvergüenza, y por no querer deciros lo que os habría sido más agradable oír: lamentarme,llorar o hacer y decir otras muchas cosas indignas de mí,como digo, y que vosotros tenéis costumbre de oir a otros. Pero ni antes creí que era necesario hacer nada innoble por causa del peligro,ni ahora me arrepiento de haberme defendido así,sino que prefiero con mucho morir habiéndome defendido de este modo, a vivir habiéndolo hecho de ese otro modo.En efecto,ni ante la justicia ni en la guerra,ni yo ni ningún otro deben maquinar cómo evitar la muerte a cualquier otro precio. Pues también en los combates muchas veces es evidente que se evitaría la muerte abandonando las armas y volviéndose a suplicar a los perseguidores. Hay muchos medios,en cada ocasión de peligro,de evitar la muerte,si se tiene la osadía de hacer y decir cualquier cosa. Pero no es dificil,atenienses,evitar la muerte,es mucho mas dificil evitar la maldad;en efecto,corre más deprisa que la muerte. Ahora yo, como soy lento y viejo,he sido alcanzado por la más lenta de las dos. En cambio,mis acusadores,como son temibles y ágiles,han sido alcanzados por la más rápida,la maldad. Ahora yo voy a salir de aquí condenado a muerte por vosotros, y éstos,condenados por la verdad,culpables de perversidad e injusticia.Yo me atengo a mi estimación y éstos,a la suya"

                                                                                                 Platón,Apología de Sócrates,38d.
  • Esta fragmento de Apología trata de comprender que un ser racional siempre sabe,de algún modo,que entre todas las cosas importantes de la vida, hay una qye es más importante incluso que la vida misma: LA DIGNIDAD.

domingo, 23 de octubre de 2011

La libertad y el deber.

Aunque relacionemos el incumplimiento de la forma de ley con asesinos, ladrones... muchas veces lo incumplimos sin la necesidad de serlo.

Por ejemplo, cuando no reaccionamos ante una situación de injusticia, ya que cada uno puede decidir a hacer una excepción consigo mismo a la ley, porque no tiene que ver, porque llega tarde, porque no quiere líos e infinitas más escusas, pero luego queda el sentimiento de vergüenza y de culpabilidad. Porque realmente, su decisión le ha costado cara, perder la dignidad, ha actuado de forma contraria de como él hubiese querido que actuasen los demás, es decir, contrario a la ley.

Generalizando esta actitud, nos encontraríamos con un mundo tan repugnante que nadie querría vivir en él. Pero por suerte, la excepción que a la ley que uno mismo se atribuye no influye en los demás, ni tampoco esa persona quisiera que influyera a los demás. Por tanto, actuaría de forma hipócrita, porque está haciendo todo lo contrario de lo que querría que se hiciese en el mundo.

La forma de ley nos dice que hagamos lo que queremos pero sin ningún truco, es decir, que lo que yo quiero, lo hago sin cualquier escusa.


...

El imperativo categórico

Lo que manda la forma de ley es que hagamos lo que queramos siempre y cuando no sea incompatible con la formulación general válida para cualquiera, es decir, que cualquier otro tenga el mismo derecho a hacerlo si quiere.


La idea de ley es la garantía de que todo el mundo pueda hacerlo que quiera con su vida, sexualidad o con su propiedad, aceptando que los demás tienen el mismo derecho.


Se podría deducir que “no hagas lo que no quieres que te hagan a ti.”

Lo moralmente intolerable

Para entender mejor el tipo de obligaciones que nos impone la mera forma de ley, resulta útil analizar por qué algunos comportamientos nos parecen moralmente intolerables.

No se trata de actos desagradables para mí, sino incompatibles con la forma de ley u, por lo tanto, inadmisibles para cualquiera.
El agresor más despiadado sólo quiere ser una excepción, y agredir a quien le dé la gana, pero nunca que eso se convierta en la ley de la que él mismo pueda ser víctima.
Esas cosas que de ningún modo soportaría ver convertidas en ley de la que él mismo pudiera ser un caso (pero un caso cualquiera, no necesariamente el beneficiario, sino quizá, la víctima), esas cosas repugnan a la forma de ley, y por lo tanto, a la razón.

Moral y moralismo

Evidentemente, aquí el asunto no es en absoluto que nosotros sí tengamos capacidad para imponer nuestras pautas sobre otros. En este sentido, lo más opuesto que cabe imaginar a un comportamiento moral es, un comportamiento moralista.

Lo único que impone la forma de ley es que debe resultar admisible para nosotros mismos la idea de ver a los demás comportarse, según la misma regla a la que decidimos obedecer.



La forma de ley

     LA FORMA DE LEY
La forma de ley, concreta que verdaderamente, una ley y no una apariencia de ley tiene que cumplir aquello en lo que consiste la ley, y tiene que tener forma de ley.
Aquello en lo que consiste ser ley es una ley que tiene que cumplir cualquier ley concreta si quiere ser, verdaderamente, una ley.
Lo único a lo que obliga la forma de ley es a que la ley según la cual nos decidamos comportar, sea la que sea, no resulte incompatible con eso en lo que consiste ser ley.
Lo único que dice es que las leyes a las que decidamos libremente obedecer tienen que ser verdaderas leyes.
La forma de ley lo primero que impone es que cualquier ley tiene que poder obligar, sin excepción, a todos por igual.
Nos obliga a que, hagamos lo que hagamos, no resulte incompatible con que eso mismo pueda hacerlo cualquiera, es decir, pueda valer para todos o, lo que es lo mismo, pueda adoptar forma de ley.
Es decir, la forma de ley nunca se opone a que nos comportemos como queramos siempre y cuando resulte admisible (incluso para nosotros mismos) que cualquiera se pueda también comportar del mismo modo si quiere. Lo único que nos dice la forma de ley es que lo contrario es intolerable; que es intolerable que hagamos el tipo de cosas que sólo podemos querer a condición de que no las haga cualquier otro, o sea, el tipo de cosas que sólo podemos querer a condición de que las hagamos nosotros, pero nadie más.


viernes, 21 de octubre de 2011

La autonomía moral

Puede resultar extraño eso de que la libertad nos obligue a hacer esto o lo otro en vez de permitirnos hacer lo que queramos.
No nos obliga a nada más que a obedecernos a nosotros mismos según reglas de la libertad.
La única normal que puede imponerse como un imperativo categórico es: el mandato de que cada uno obedezca fielmente alas normas establecidas por él mismo, es decir, que cada uno se dé a sí mismo su propia ley. Ahora bien, esta obligación moral de convertirnos cada uno en el legislador de nosotros mismos no nos somete a ninguna ley particular.
A este mandato es a lo que Kant denominó << autonomía moral >>.
Aunque se limitan a imponernos respeto a las leyes que nos demos a nosotros mismo, sí nos imponen una determinada condición que estamos obligados a cumplir: como legisladores de nuestra propia vida, podemos darnos libremente la ley que queramos, pero, eso sí, la ley que nos demos debe tener al menos forma de ley. Tenemos la obligación de no someternos sin más a normas que nos vengan impuestas desde fuera, si bien la norma que nos impongamos a nosotros mismos debe tener una forma tal que pudiera valer para cualquiera, es decir, debe tener forma de ley.