Evidentemente, aquí el asunto no es en absoluto que nosotros sí tengamos capacidad para imponer nuestras pautas sobre otros. En este sentido, lo más opuesto que cabe imaginar a un comportamiento moral es, un comportamiento moralista.
Lo único que impone la forma de ley es que debe resultar admisible para nosotros mismos la idea de ver a los demás comportarse, según la misma regla a la que decidimos obedecer.
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